Tu sangre en mis venas

Para papá,
argumento de Su existencia.

Te regalé este libro pensando en mí, papá. Yo quería leer poemas dirigidos al padre, contar con nuevas palabras para hablar de ti, de tu impronta en mí, de tu sangre en mis venas. Yo quería unirme a todos esos hijos agradecidos y deudores, y desolados por la muerte de sus progenitores. Pero yo desconozco esa tristeza, papá. No he vivido de cerca el fin de una vida y menos aún de la tuya. Y, sin embargo, quiero confesarte algo: desde niña he pensado mucho en tu muerte. Mi tendencia al drama y a la ensoñación no ayuda, tampoco que viajases mensualmente a la insegura Colombia, y sobre todo la inmensa necesidad que siempre he tenido de ti.

Me aterroriza pensar que habrá un momento en que tú me faltarás. Porque yo no sé, papá, cómo seré feliz sin ti, ni cómo resolveré las complejidades de mi corazón, ni cómo disculparé mis miserias, ni cómo saldré de mí misma. Tú me sacas, me elevas, me absuelves, me descuadras, me reanimas, me socorres, me abrillantas, me amainas, me consuelas, me agigantas, me reparas, me estiras, me ríes, me desempolvas, me simplificas, me esperas, me sostienes y me quieres. Actúas en mi vida con muchos verbos, papá. ¿Cómo lo harás cuando ya no estés?

A veces me pregunto qué hacen aquellos que han llorado la muerte de un ser muy querido y no creen en Dios y en la resurrección de los muertos. Yo, sin Él y sin la esperanza de volver a verte, no resistiría tu fallecimiento, vagaría llorosa hasta el fin de mis días y me sumiría en una tristeza muy honda. Pero si así hiciese faltaría a la verdad que tú has encarnado en cada uno de tus años, la que yo he podido vislumbrar en ti en cada uno de los míos: que existe un Dios que nos ha querido desde siempre y para siempre, que nos atiende en cada segundo y que eterniza cada uno de nuestros amores.

Mi fe crecerá con tu muerte, papá, porque si tu presencia es mi argumento para Su existencia, tu ausencia será uno aún mayor.