Todos los días de mi vida

Teresa García de Santos
3 min readSep 13, 2022

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Para la abuela Lola,
de cuya fe y plenitud
recibimos todos.

La casa de los abuelos en Santa María no es que sea mi lugar preferido en el mundo. Mi cama es dura y pequeña -y no llego ni al 1.53-, la vajilla es desigual y el armario de la cocina es incómodo y caótico. Las piernas se me pelan, el patio está lleno de arena y el tiempo en el baño es un bien limitado. La comida lleva más aceite del que mi intestino tolera, no hay piscina para refrescarse y es difícil leer dos páginas seguidas sin que te interrumpan para sacar el lavavajillas, tender la ropa, acompañar a la compra o poner la mesa. Nunca me ha gustado la casa y, sin embargo, soy feliz los días que pasó allí.

Allí se quiere distinto. La abuela Lola responde con ternura y cariño al hacerse mayor del abuelo Pepe. Mamá sirve -da igual cuando leas esto- sola, en silencio, con detalle y sin descanso. Don Juan se preocupa por dar trabajo y esperanza a los jóvenes de Ruanda -su país-. El peregrino polaco apuesta por la pobreza absoluta para experimentar el desbordante y concreto Amor de Dios hacia él. La tía Tote acoge y acompaña -con complicidad y reverencia- a cada uno de sus hijos. Jesús Mari nos cuenta sonriendo que es párroco en un pueblo de la desabastecida Venezuela. Papá saca conversación y risas en las comidas, levanta el ánimo a los abuelos y mira, conoce y se implica con todos. Mi prima Belén sabe ser, a la vez, María -contemplando y guardando en su corazón lo que ve- y Marta -cuidando paciente e ininterrumpidamente a Ceci-. Mi primo Pepe asume feliz que su papel es hacernos reír a todos.

Allí se vive distinto. Santa María es incómodo porque no te puedes recluir, ni escaquear, ni aislar; porque no puedes evitar someter tu vida a examen de conciencia al ser testigo de tanta plenitud; porque eres preguntado en las conversaciones y mirado si estás ausente en tus preocupaciones; porque la superficialidad, la crítica y la vanidad desentonan; porque allí descubro que soy una niña burguesita, amante de mí misma y mundana en las tristezas; porque -con una media de quince personas- las oportunidades para entregarse son inagotables: siempre habrá un vaso vacío en el que servir agua, unos trozos de pan por cortar o unos cuchillos que traer.

Necesito los días en Santa María para cerrar el verano y empezar mejor el curso. Para hacerlo con la tensión de querer, el recordatorio de estar hecha para la santidad y el descubrimiento de que puedo dar más. Pero tengo mala memoria y más aún para aquello que me exige, así que dejaré esta petición por escrito:

No permitas a mi corazón achicarse, Señor. Ni le dejes rehuir la entrega, ni posponer el amor, ni descansar en sí mismo, ni anhelar la comodidad y la perfección. Quítale la pretensión de saber cómo deben ir las cosas y de ser su propio guía, dueño y maestro. Consúmelo, cólmalo y fecúndalo, todos los días de mi vida.

Procesión de la Virgen de la Soterraña [Santa María la Real de Nieva, 8 de septiembre de 2018]

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