Las pequeñas virtudes

Teresa García de Santos
2 min readDec 11, 2023

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Para Javi,
que me ha regalado
a Natalia Ginzburg.

Empecé hace tiempo este libro en la antigua -y querida- casa de Javi. Mientras él se duchaba, elegí a Ginzburg para hacerme compañía. Leí uno o dos capítulos y ahí lo abandoné. En agosto, se lo regaló a mi padre por su cumple y ya por fin, aunque lentamente, lo he retomado. Ahora, en el cuarto de baño de Arandilla, pensaba que leerla me reconcilia conmigo misma, con mi complejidad. Su ambivalencia me hace sentir a gusto. Esa capacidad para acoger sentimientos opuestos me pacifica con querer y no querer a Javi al mismo tiempo, con soñarme esposa y desear volver a una soltería tranquila, con imaginar alegre que mis michelines de más quizás un día los ocupe alguien y desear una independencia eterna. A veces, en este ambiente y tiempo en el que habito, tengo la sensación asfixiante de que la vida, uno mismo, sus sentimientos y pensamientos deben ser así o asá. Uno debe estar, querer, hablar, anhelar así. Y sino, hay algo que falla. Y yo, insegura de mí, trato de arregarlo y me voy resquebrajando por dentro. Ginzburg con sus pequeñas virtudes restaura mi canto dicotómico, reúne mis contradicciones internas y las deja estar, se salta la rigidez de mi cabeza y va directa al espacio diáfano de mi corazón. Me hace no sentir inestable, ni corregible, sino simplemente compleja, incluso agradecidamente compleja.

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