Donde tenía que estar

Teresa García de Santos
3 min readJun 23, 2022

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Para Luchi y Meri Bolio,
sin las que no imagino mis días.

Este semestre mi hermana Luchi ha estado de Erasmus en Viena y yo llevo el mismo número de meses preguntándome que porqué precisamente este, este en el que yo más la necesitaba. Os pondré en contexto: Luchi tiene -en dosis considerables- la virtud de la disponibilidad. Si mamá quiere ir de compras, allí va con ella; si Meri tiene dilemas con la ropa, allí está ella solucionándolos; si el abuelo olvida la contraseña del ordenador, allí está ella recordándoselo; si su amiga Meri entra en bucle, allí está ella deshaciéndoselo; si mis padres cenan fuera, allí está ella cuidando a Javier. Luchi está siempre donde tiene que estar. Menos este semestre.

A mí se me cae la casa sin ella. Dejo libros y papeles en su cama porque no soporto verla vacía. Como tampoco resisto esas perchas sin ropa, esos cepillos sin pelos y esas toallas tan secas. Justo ahora que no está, cierro las puertas de los armarios, estiro el tubo de la pasta de dientes y devoro sus comidas preferidas: pan, cherries y queso fresco. Incluso echo de menos dormir con la luz encendida, vestirme a oscuras, andar de puntillas y apagar la alarma de inmediato. Ya no tengo quien me deje preparado el pijama cuando llego tarde, ni quien rellene el bote de gel, ni quien apruebe mis outfits. Sin Luchi, los tiempos sacando el lavavajillas han subido y los ataques de risa han descendido. Cuando ella vivía aquí, las tardes sin plan no eran un problema. Y no solo no lo eran, sino que eran mi descanso. A mis atardeceres, para ser felices, les bastaba su presencia, el teclear de su ordenador y sus interminables videollamadas. Ahora sigo haciendo lo mismo que hacía con ella -leer, escribir, escuchar música- pero me canso enseguida. La soledad y el silencio inhabitado me agotan y me despistan.

En realidad, no. Luchi ha estado donde tenía que estar: en Viena, queriendo a sus nuevas amigas -admirando a Loli, escuchando a Meri, preocupándose por Cris-, pateando sus calles, peleándose con el alemán, adentrándose en la Obra, venciendo sus miedos, viviendo sin nosotros, intuyendo mis pensamientos en la distancia, transformando la residencia en un hogar y sirviendo sin tregua. El corazón de mi hermana quería expandirse y por eso, precisamente, necesitaba salir. Quizás, por la misma razón, yo debía vivir estos meses sin su compañía.

Pero sería injusta con la realidad si concluye así, pues ha habido una persona en especial que ha hecho las funciones de Luchi: mi amiga Meri Bolio. Ella ha seguido de cerca cada uno de mis días y me ha permitido vivir con idéntica proximidad los suyos, ha escuchado una y otra vez la misma historia y yo he prestado atención a todas las suyas. No ha habido semana en la que no nos hayamos visto, abrazado y preguntado. Trabajos, amores, familias, amigas, aficiones… todo cabe en nuestras conversaciones. También oscuridades, arrepentimientos, fealdades, enfados y vergüenzas. Con ella no tengo ningún complejo, ni pudor, no busco aparentar, ni camuflo mi imperfección. Le interrogo y confío dudas que no me había permitido decir antes en alto y Meri, con su paciencia y su sencillez, acoge y profundiza en cada una de ellas. Me supera en intensidad, en inteligencia, en dramatismo, en disfrute, en desorden, en desprendimiento y en libertad. Y me encanta que así sea.

Ella también tiene otra Luchi en su vida, Isa, y tampoco vive aquí. ¿Cómo se atenúa la tristeza, cómo se calma la soledad con una ausencia así? Dímelo tú, mi querida Meri, que te has convertido en otra hermana para mí.

Mi amiga Meri en Sueca (Valencia), 19 de junio de 2022 (a 4 días de su cumpleaños).

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